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El verdadero alimento: comer a Cristo

24 jul 2024

Así como vemos en lo natural que lo que comemos impacta en nuestro cuerpo, lo mismo pasa en nuestra alimentación espiritual. Lo natural es un reflejo de lo espiritual.

En lo natural, podemos ver constantemente cómo surgen nuevas dietas de todo tipo, incluso dietas peligrosas donde nos encontramos con personas buscando soluciones rápidas. Todos quieren una vida saludable con el menor esfuerzo posible, con 5 pasos y "trampas" al propio cuerpo. La respuesta es la misma: ninguna logra esto.

La solución de Dios para una espiritualidad sana se resume en un alimento muy específico.

En Mateo 4, vemos a Jesús en el desierto siendo tentado y con una respuesta clara: “La gente no vive sólo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios”.

Entonces, pregunto: ¿De qué se está alimentando nuestra alma? Porque constantemente estamos rodeados de temporalidad y es tan fácil acceder a cualquier alimento como Netflix, reels infinitos, pensamientos, conversaciones sin profundidad. Fast food.

Y con esto no quiero demonizar nada de lo mencionado, sino que juntos podamos tomar conciencia en dónde vamos a invertir nuestra vida. Hay una sola comida que alimenta al espíritu, y es Cristo, nuestro pan de vida. Por ejemplo, tu falta de paz es el resultado de que no comes a quien es la paz, tus inseguridades son falta de alimento de quien es la plenitud.

Así podemos empezar a notar la deficiencia alimentaria espiritual.

Si Cristo es nuestro alimento diario, no hay escasez y flaqueza. Vamos a ester bien nutridos y fortalecidos. Lo que abunde en nuestra vida es aquello que se va a manifestar. Todo a lo que nos exponemos es lo que comemos. Si comemos a Cristo, sus atributos empiezan a expresarse en nosotros.

Constantemente, nuestra vieja naturaleza (el hombre natural) y visión caída, desea alimentos que no tienen como finalidad nutrirnos, pero cuando hay una visión eterna, esos deseos se realinean y buscan el verdadero alimento, el verdadero pan. Esto podría quedar como un concepto abstracto, pero se trata de una persona: la persona de Jesucristo que hoy en día habita en nosotros.

Lo que comemos impacta rápidamente en lo que somos. Cuando hay deficiencia de alimento, hay deficiencia de producir cosas importantes y valiosas.

Es muy normal notar cómo a veces no queremos comer a Cristo o que no sea nuestro deseo diario, aun estando en un ambiente cristiano. Y es porque estamos tan saciados de temporalidad que empezamos a naturalizar la falta de apetito. Es ahí donde debemos alarmarnos si lo detectamos, porque poco a poco eso nos lleva a debilitarnos y lentamente morir.

Es importante resaltar cuando Pablo dice: “Todos ellos comieron el alimento espiritual que Dios les ofreció. Cristo los acompañaba, y era la roca espiritual que les dio agua para calmar su sed. De esa agua espiritual bebieron todos. Sin embargo, la mayoría de esa gente no agradó a Dios; por eso murieron y sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto” (1 Corintios 10:3-5).

Comer a Cristo es una elección de todos los días.

Hay una posibilidad de ser saciados con el pan natural y temporal. Todo en esta tierra está diseñado para ser saciado, incluso antes de identificar el hambre que tenemos por Cristo. Jesús decía: “Prioricen el alimento eterno, trabajen por el alimento que no perece”.  Y es porque está en nosotros desde el Espíritu detener todas las fuentes que sean alimentos temporales.

Para aprender a comer a Cristo, es importante que nuestros sentidos espirituales se despierten. ¿Cuántas veces nos pasa que deseamos comer algo, lo vemos en videos, y cuando lo ingerimos, sentimos placer? Con Cristo es lo mismo, no solamente podemos leer de Él o escuchar de Él, sino que para poder disfrutar de la plenitud de vida y experimentar placer en Él, necesitamos comerlo, ingerir a Cristo, porque no es lo mismo ver y desear que literalmente comer.

El problema es cuando creemos que no necesitamos comer a Cristo y lo seguimos viendo como algo opcional. Salgamos de la idea de que comer a Cristo solo sea una tarea de nuestros días y que pase a ser un deleite. Si bien las opciones de menús van a venir, pero solo uno es verdaderamente nutritivo, solo uno es completo, solo uno no tiene deficiencia de nutrientes, y es el pan de vida.

Este cuatrimestre en la facultad tuve una materia que se llama “Nutrición Materno Infantil” donde hicimos foco en la lactancia. Me sorprendió el cuidado que debía tener la madre, ya que por medio de ella su hijo recibía su alimentación. Por un momento nos vi reflejados a todos nosotros, y la responsabilidad que debemos tener que lo que comamos se transmite generacionalmente. Cuando maduramos, empezamos a entender que lo que comemos no es solo para nosotros, sino que también se imparte a los demás. Y si comemos a Cristo, los demás van a querer lo mismo, porque somos el reflejo de nuestro Padre en la tierra.

Juan 6:35 dice: “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida. El que confía en mí nunca más volverá a tener hambre.”

Debemos ver a este alimento como un privilegio. Empezar a ver a este alimento como la respuesta a todas nuestras deficiencias. Porque cuando comemos a Cristo, encontramos un montón de respuestas a preguntas sobre Él, respuestas sobre nosotros, encontramos claridad, encontramos respuestas en las relaciones, en los estereotipos que debemos desechar, en lo que debemos estudiar y podría seguir.

En Juan 4:32, cuando Jesús está con sus discípulos y les responde: “Yo tengo una clase de alimento que ustedes no conocen”, recordemos juntos que después de la cruz, Cristo hoy habita en nosotros. En ese momento, los discípulos no podían vivir esa realidad, pero Jesús tenía al Espíritu y al Padre en Él.

Por eso, tomar conciencia del privilegio que tenemos hoy en día de disfrutar al Hijo. Y que el costo de Él mismo en la cruz nos haga ponerlo en un valor por encima de todas las cosas. Nosotros hoy podemos comer este pan, y fue gracias a que Cristo fue molido en la cruz para que nosotros, que no podíamos comer de Él, hoy podamos tener acceso. Él deseaba convertirse en nuestra fuente de vida, en nuestra fuente de alimento.

Y sí, aunque no lo creamos, la decisión de que Cristo esté en nuestro plato es nuestra.

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