Para quien desee buscar alguna cierta respuesta a la cuestión sobre cómo se debe vivir es necesario prestar atención a dos ideas: el asombro y el agradecimiento.

El asombro es aquello que realmente nos hace sentir vivos. Así como el alma de niño sorprendido por una velada navideña o el regalo de un nuevo juguete, asombrarse es una tarea vital del ser que no hay que perder y en tal caso, recuperar.

Entonces conforme a lo anterior, el agradecimiento es la respuesta a aquello que genuinamente nos asombra. El cuestionar cómo será nuestra postura frente a lo inmerecido o lo que está frente a nosotros es también un motivo para levantarse de la cama y afrontar un nuevo día.

Sin embargo, hemos intentado vivir conforme a nuestros propios deseos esquivando una de las dos cualidades o en su defecto, hemos puesto nuestra atención a otros bastiones.

Hoy vivimos en constante asombro, embriagados de motivos pasajeros, de noticias, actualizaciones, novedades que nos sacuden
pero sin agradecimiento.

O quizás, por mucho tiempo, hemos dejado de vivir sin asombro. Tal vez, nuestro agradecimiento sólo fluye cuando al que está a nuestro lado le ha sucedido algún infortunio (lo cual es una barbarie de proporciones). Y es que a fin de cuentas, insólitamente el sufrimiento “bien merecido” del otro, también nos genera un oscuro placer.

Una posible respuesta ante este escenario del cómo vivir entonces, es ante todo, mantener en tensión el asombro y el agradecimiento. Y es porque mientras más asombrado permanezco frente a las bendiciones, más motivos encuentro para agradecer.