Chesterton tenía un principio simple pero poderoso: no destruyas lo que no entiendes.
El reformador moderno, en cambio, tiende a derribar cosas solo porque no les ve utilidad o sentido. El pensador humilde actúa distinto: primero se detiene, observa, se pregunta por qué eso está ahí. Luego, y solo luego, decide si destruirlo o no. Así funciona el sentido común más básico.

La clave está en esto: solo cuando entiendes el propósito de algo, puedes decidir si lo necesitas, si debe cambiarse o si ya no tiene caso.

Volvamos a la cerca. Alguien la puso ahí por algo; no apareció mágicamente ni fue obra de un granjero sonámbulo. Esa cerca tenía un propósito original, una idea detrás que necesita ser redescubierta. Y hasta que entendamos ese propósito, no podemos juzgar si quitarla fue buena idea.

El caso es que muchas veces queremos cambiar todo lo que parece viejo o inútil. Lo nuevo nos deslumbra, pero no siempre es mejor. A veces, lo "anticuado" tiene más valor del que pensamos. Ser un buen reformador no es solo innovar, sino también esforzarse en entender y, si hace falta, defender lo que ya existe. Volver a lo básico, a las raíces, puede ser el camino hacia algo realmente valioso. El conservador transita dos veces por el mismo pensamiento utiliza dos veces la energía y el doble de creatividad para defender lo anticuado

Volvamos al caso del cuidador. ¿Qué tal si esa cerca, aunque desgastada y pequeña, tenía un propósito importante? Tal vez separaba vacas de ovejas. Las ovejas arrancan el pasto desde la raíz, mientras que las vacas necesitan pasto alto para comer. ¿El resultado de quitar la cerca? Vacas hambrientas y desnutridas.

En resumen, el cuidador se equivocó. No pensó en el "por qué" de la cerca antes de destruirla. Y a veces, eso es lo que marca la diferencia entre una buena decisión y un gran error.