Entendí ese sueño como que debía dirigirme a personas olvidadas (por la sociedad y, lastimosamente, por la iglesia); a personas que perdieron sus sueños.

 Después de años de proceso tuve la oportunidad de comenzar a dar talleres literarios en dos cárceles de la ciudad donde vivo: La Plata.

Después de muchos meses, la directora del lugar me dijo si, además de los talleres literarios, quería dar charlas de “apoyo espiritual”. Y allí fuimos con un gran amigo llamado Luciano.

 Estamos visitando el pabellón 26. Hemos tenido tres encuentros donde en cada uno de ellos pudimos ver el hambre de Dios que impera allí. Y es ese hambre la que genera que el lugar se llene de la presencia de Dios. 

 Vemos, en cada encuentro, el cumplimiento de Mateo 18:20

“Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

 Notamos cómo en cada encuentro hay salvación, paz y sobre todo la libertad de la culpa producto del perdón de Dios. Delante de Jesús toda vida vale. Él murió por ellos y quiere que todos sean salvos, más allá de lo que hayan hecho. Es que no hay acepción de personas: todos necesitamos esa gracia, desde personas encarceladas hasta los pastores de cualquier iglesia. Jesús se goza en la salvación de las personas privadas de la libertad.

 Nunca olvidemos sus promesas y busquemos que en cada lugar, haya dos o tres personas, pueda ser un sitio donde Jesús esté allí en el medio.