El retorno de la argentinidad
24 may 2025
Bodegones, escarapelas cool, el sol de mayo en anillos, sifonerías, y el café en jarrito porteño con dos medialunas no son casualidad: hay un regreso latente a la argentinidad al palo. ¿Estamos acaso, como juventud, resignificando y revalorizando los elementos patrios?
Hay un incipiente crecimiento en la apropiación de símbolos e iconografía popular, que apareció entre la pandemia, el Mundial y las crisis sociopolíticas, como una forma clara de resistencia simbólica.

El amor a la Patria se expresa de distintas maneras, por ejemplo el género de Rock nacional argentino fue de los más escuchados por jóvenes en 2024 marcando este retorno a lo propio. Series como El Eternauta (netflix, 2025) hacen emocionar a adolescentes y adultos. También es común ver banderas en balcones, calles, plazas, taxis; emocionarse al cantar el Himno Nacional o gritar en las canchas: “¡Argentina! ¡Argentina!”. Es una pasión con la que nos criamos. Diríamos que forma parte de nuestro A(rgentina)DN.

Pero, ¿por qué hablamos entonces de una revalorización de estos símbolos? ¿Siempre estuvieron ahí?
El patriotismo en los primeros años del siglo XX, en la Argentina del Centenario, fue —según el historiador Fernando Devoto— “la necesidad de construir a los argentinos de ese conglomerado heterogéneo producido por la masiva inmigración europea y de responder a la amenaza social que parecía implicar la difusión del socialismo y del anarquismo llevaron a los grupos dirigentes a imponer dosis masivas de patriotismo en el sistema escolar y en el servicio militar”.

En un principio, la expresión “Yo, argentino” era usada por grupos como la Liga Patriótica para marcar distancia frente a los inmigrantes, mostrando una actitud nacionalista defensiva. Pero esa idea fue cambiando con el tiempo.
Hacia la década de 1930, el nacionalismo tomó un nuevo rumbo, sobre todo después del pacto Roca-Runciman, un acuerdo por el cual Argentina le entregaba a Inglaterra el control del comercio de carnes, lo que fue visto por muchos como una pérdida de soberanía.
Este hecho provocó una fuerte reacción nacionalista. Ese nuevo nacionalismo, más crítico con los poderes extranjeros, fue retomado por Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz desde el grupo FORJA (Fuerza Orientadora Radical de la Juventud Argentina).
Ellos sentaron las bases ideológicas que más tarde tomaría el peronismo en las décadas de 1940 y 1950, proponiendo unir la soberanía nacional con la soberanía popular, como parte del modelo de Estado de Bienestar que buscaba integrar a las distintas clases sociales.
En los 60 vimos una gran recuperación del patriotismo impulsado por una juventud que proponía un “socialismo nacional”: usaba poncho, tomaba mate, escuchaba folclore y componía las mejores canciones del rock nacional.
La Guerra de Malvinas (1982) fue un momento en el que el sentimiento patriótico alcanzó su punto más alto, aunque manipulado de forma deshonesta por la dictadura militar, que utilizó el conflicto como una estrategia desesperada para recuperar apoyo popular en medio del desprestigio y la represión.
Al finalizar la dictadura y celebrar el regreso de la democracia en los años 80, también comenzaron a reconstruirse estas ideas de soberanía popular. Surgió un renacer del patriotismo, aunque con cierta vergüenza o incomodidad, por su asociación con los militares y sus abusos.
Después, en los años 90, con el auge del neoliberalismo, se privatizó el patrimonio nacional y se empezó a difundir la idea de que ya no existían las fronteras, ni tenía sentido hablar de patriotismo, como si se tratara de algo anticuado o fuera de moda.
Sin embargo, la crisis del 2001 generó un nuevo interés por lo propio, por lo nacional, por recuperar lo que se había perdido.
Conclusiones
Desde una perspectiva psicológica, el patriotismo se entiende como una adhesión hacia el grupo y el país en que se vive. Esta adhesión se refleja en las creencias y emociones que los individuos mantienen.

Tiene implicaciones positivas y es condición esencial para la existencia del grupo. Da sentido a la pertenencia, cumple funciones de identidad personal y colectiva, y promueve la cohesión y la movilización grupal.
Sin patriotismo, los grupos se disuelven. Por eso, cada sociedad intenta inculcarlo a sus miembros a través de mecanismos culturales, sociales y políticos.
Según el psicólogo social Henri Tajfel (1978, 1981, 1982), buscamos establecer una identidad social positiva. Las personas se enorgullecen de sus grupos y así refuerzan su autoestima. La pertenencia al grupo no sólo define la identidad, sino que también sirve de base para la autoevaluación. La valoración positiva del grupo acrecienta el valor individual.
La teoría sociobiológica de Johnson (1986, 1987, 1989) subraya que el patriotismo es necesario para la supervivencia del grupo. Es un logro colectivo: los grupos que no desarrollan mecanismos para sostenerlo, no sobreviven.
Rosendo Fraga, autor argentino, afirma que “se trata de un fenómeno cultural que tiene como origen la necesidad de reafirmación de la identidad nacional en tiempos de globalización. El gusto por las expresiones culturales propias y la nacionalización del sentimiento y fervor deportivo hoy tienen un significado diferente al del pasado”.
“No se trata de un fenómeno económico o de mercado, sino que el marketing toma lo patriótico porque la sociedad lo reclama”.
Y agrega: “En el caso argentino, el desánimo de vivir en un país en crisis que no logra diseñar un horizonte positivo creíble también incide en la búsqueda de símbolos nacionales como fuente de inspiración”.

La socióloga Graciela Römer plantea otra pregunta: “¿Acaso los símbolos patrios sirven para unir más a los argentinos?”. Su conclusión invita a la reflexión: “Si a los argentinos los unen más la solidaridad y los problemas, se debe pensar que éstas son las marcas que definen su más profunda identidad nacional”.
Revalorizar y resignificar el patriotismo nace del retorno a nuestras raíces en momentos de confusión e incertidumbre. Funciona como refugio y recordatorio de lo que somos cuando todo lo demás parece inestable. En tiempos de desencanto, miramos hacia adentro: nuestros símbolos, nuestras costumbres, nuestros gestos cotidianos que nos definen como argentinos.
La revalorización del patriotismo hoy no tiene que ver con discursos rígidos ni con imposiciones militares. Es un movimiento emocional, creativo y profundamente generacional. En manos de los jóvenes, la escarapela puede ser un accesorio de diseño, la bandera una remera oversize y el sol de mayo un emoji que acompaña una playlist de rock nacional o cumbia.
Este nuevo patriotismo no excluye, no impone, no sermonea. Es inclusivo, crítico, irónico —con tintes de comedia a veces— pero también profundamente sentido. No se trata de volver al pasado, sino de hacer propio lo nuestro, resignificando símbolos que alguna vez nos parecieron lejanos o rígidos.
Sentir nuevamente el orgullo a flor de piel. Y quizás, en ese gesto —el de tomar una identidad común para reinventarla— esté el verdadero sentido de la argentinidad al palo.
Una patria celestial y superior
Por cierto, el patriotismo no debe conducir nunca al desprecio a otras patrias ni a la superioridad o altivez. El mandamiento de amarnos como hermanos sobrepasa la nacionalidad. Mucho menos al racismo o a la xenofobia.
Y sobre todo, perteneciendo a una patria celestial, no podemos permitimos un orgullo que sobrepase la identidad espiritual que nos une e identifica como cristianos.
Lo ideal sería que cada nación abrace su porción, su cultura que seguro fue permitida en alguna medida por Dios con un propósito que colabore con el diseño eterno para cada región e incluso en su plan global.
Hoy es 25 de Mayo y en Argentina se celebra el día de la patria. Por eso esta reflexión y análisis.
Feliz día de la patria argentina.
¡Salud hermanos y hermanas!
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