LO BELLO Y LO SUBLIME
24 jun 2024
Si te pido que imagines unas cataratas, paradisíacas, rodeadas de vegetación, flores de colores y aromas exóticos, pájaros cantando y mariposas volando alrededor tuyo, sentís las gotas de la caída abismal y monumental de las aguas aunque te mantienes a una distancia prudencial. Podes describirlo con solo una palabra. ¿Es bello o es sublime?
Muchos intelectuales hace años se encuentran dedicados a abordar lo estético. La estética es aquella rama de la filosofía que estudia al arte y sus cualidades. Básicamente, qué determina lo que es bello y lo que no. Uno de ellos, Immanuel Kant, un filósofo prusiano de la era de la Ilustración (1724 - 1804) decide atacar este problema estético con un estudio específico sobre «observaciones del sentimiento de lo bello y lo sublime».
Lo bello y lo sublime
La noción entre ambos es agradable pero de muy distinto modo. Para comprenderlo mejor, el autor ejemplifica de la siguiente manera: montañas monumentales cuyas cimas sobrepasan las nubes, la descripción de una potestad arrasante o un océano azul profundo y olas que al caer suenan tan fuertes como relámpagos, producen agrado unido a un terror. Sublime.
Campos de tulipanes de diversos colores, valles de pastos verde vibrante con rebaños pastando o el movimiento de una mariposa aleteando, sensación agradable y alegre, Bello. Lo sublime, conmueve; lo bello, encanta.
Lo bello es lo perfecto, lo mensurable, lo equilibrado, armónico.
A lo sublime lo acompaña la sensación de estremecimiento y esto es lo que Kant sostiene, lo sublime aparece en la tensión frente a paisajes o situaciones donde entendemos que como individuos, somos nada. Es el entendimiento de que hay algo más allá, una fuerza que genera eso, a lo que no se le puede otorgar un sentido teológico ya que no hay palabras racionales para describirlo. Se nos es colocado como espectadores ante una fuerza que nos abruma. Lo sublime tensiona sobre los límites ontológicos (filosofía que reflexiona la existencia de las cosas)
Mientras estudiaba estos conceptos, no podía evitar llevarlo al plano bíblico. Como seguidora de Cristo toda mi vida, he sido atraída a contemplar su belleza y hermosura, tanto como he aprendido sobre el temor reverendo en honra que le debo por su majestuosidad.
La Biblia destila detalles sobre la belleza y hermosura de Dios.
“Dios mío, solo una cosa te pido, solo una cosa deseo: déjame vivir en tu templo todos los días de mi vida, para contemplar tu hermosura y buscarte en oración.” (Sal. 27:4)
“Tus ojos verán al Rey en su hermosura; verán la tierra que está lejos.” (Is. 33:17)
La Biblia es un constante recordatorio de su perfección, de su grandeza y majestad.
Juan encontrándose en la Isla de Patmos tiene una de las revelaciones más poderosas no solo de los Últimos Tiempos, más de la persona de Jesucristo. De aquel Jesús en cuyo pecho se habría recostado y cuyos latidos conocía como sinónimo de paz. El conocía que bello era el Maestro, pero aún no conocía cuán sublime el Rey de Reyes era. Juan lo vio como nunca antes. Vemos a lo largo del libro de Apocalipsis como busca símbolos de la naturaleza que representaran lo que estaba viendo. “Su cabellera lucía como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos resplandecían como llama de fuego.” (Ap. 1:14). Buscaba transmitir con la mayor exactitud que le fuese posible un 0,1% aun de la magnitud que el se encontraba experimentando.
Una sensación, intento imaginar, abrumadora, imponente, monumental. Una sensación que lo dejaba en una posición inferior, minúscula, que denotaba adrede su insignificancia, su pequeñez ante la inmensidad del Señor. Una imagen que si debemos de poner en palabras, era aterradora. Truenos, relámpagos, animales con múltiples ojos y cuernos, seres vivientes, ancianos y antorchas de fuego delante de sus ojos. Podemos determinar que definitivamente esta escena es sublime. En su humanidad todo este escenario era abrumador para Juan, sin embargo una voz interfiere e irrumpe la tensión, con paz. “Al verlo, caí a sus pies como muerto; pero él, poniendo su mano derecha sobre mí, me dijo: «No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último.” (Ap. 1:17)
Una situación similar me remonta a la historia de Jesús en la barca*. Levantándose una gran tempestad en el mar, las olas tronaban, el cielo se encontraba tan oscuro como las profundidades de ese mar, la barca comenzaba a inundarse en su interior de ser azotada por estas inmensas olas, la desesperación, caos y miedo inunda a los que allí se encontraban, más Jesús, descansaba. Despertándolo, rogaban sorprendidos de que su maestro los dejase ahogarse y sin embargo no bastó más que un susurro, una orden, “silencio, cálmate” para que las atormentadoras olas y viento torrencial, cesaran. “¿Por qué tienen tanto miedo? (…) ¿Todavía no tienen fe?” (Mm. 4:40).
Quienes se encontraban en esa barca estaban aterrorizados. ¿Quién es este atormentador de tormentas? ¿Quién es este a quien las fuerzas brutales y atemorizantes de la naturaleza, le obedecen?
Retomo hacia mi punto eje. ¿No es digno entonces, de temerle? ¿De quedar abrumados por estos hechos?. Pero analizaba este temor, como un temor reverendo. Un temor en el que reconocemos el poderío y majestuosidad de la persona de Cristo. En la Biblia encontramos plenitud de afirmaciones sobre esto.
- “Él mira la tierra y la hace temblar; toca los montes y los hace echar humo.”
(Sal. 104:32)
-“A los ojos de Dios, las naciones son como una gota de agua en un balde”
(Is. 40:15)
-“Dios dijo: «El cielo es mi trono; sobre la tierra apoyo mis pies.“ (Is. 66:1)
-“Él determina el número de las estrellas y a cada una de ellas llama por su nombre.” (Sal. 147:4).
Y que tremendo pensar que Jesus sabía que un temor correcto hacia Él, nos libraría de los temores incorrectos. Justamente, el principio de la sabiduría es este temor correcto hacia Dios (Prov. 1.7)
¿Cuántas veces nos encontramos contemplando lo errado?
Colocamos al Autor y Consumador de nuestra fe a competir en nuestros corazones con obras creadas por Él. Nuestro corazón de por sí es una fábrica de ídolos, ídolos que nos encontramos muchas veces contemplando y admirando, amando o temiendo mucho más que al Creador mismo. Por esto los discípulos se encontraban asombrados, tenían en mayor estima a las manifestaciones de la naturaleza, que al mismo Jesús.
Él es en su santidad, separado de su creación, no se encuentra limitado como ella por la materia o energía, Él fue el no creado. Él es. Aquel que fué, es y será. Trasciende más allá del espacio y tiempo, trasciende a su creación, trasciende nuestra razón lógica.
¿Cuántas veces te encontraste admirando a lo creado antes que al Creador? ¿Acaso el temor y lejanía de su trono, te alejó de descubrir y anhelar contemplar su belleza y sublime majestuosidad?
La contemplación errónea nos lleva a un corazón erróneo.
“La naturaleza nunca me enseñó que existe un Dios de gloria y de infinita majestad. Tuve que aprender eso de otras maneras. Pero la naturaleza le dio un significado a la palabra gloria para mí. Todavía no sé dónde más podría haber encontrado uno.”
(Lewis, C. S. (1960). Los Cuatro Amores. p.25)
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