Pablo tenía mucho conocimiento acerca de los escritos griegos y, con gran libertad, la utilizaba para predicar. De hecho, en Hechos 17 cita dos pensadores clásicos para dirigirse al público intelectual al que estaba predicando. Sin embargo, ¡Pablo iba aún más allá! ¡Se atrevió a utilizar un himno a Zeus para hacer referencia a nuestro Dios! (véase Hechos 17:28).

En lo que a mí respecta, he leído entre otros, por ejemplo, “El Anticristo”, de Friedrich Nietzsche. Este filósofo alemán sigue siendo una gran influencia en toda la literatura y pensamiento posmoderno en el cual vivimos. La verdad, cuando leía aquel libro, pensé que me encontraría con argumentos más sólidos pero hallé que sus opiniones no eran más que frases cargadas de un profundo resentimiento y blasfemias endebles. En contraparte, si no me hubiese inmiscuido en la literatura mundial, no hubiese conocido al grandioso León Tolstoi, quien (solo por citar una frase entre tantas maravillosas), afirmó:

“Cualquiera que sea la situación en que pueda encontrarse un hombre, la doctrina ideal de Cristo es siempre suficiente para darle la más justa indicación de los actos que deben y que no deben cometerse. Pero hay que creer plenamente en esta doctrina y en ella sola, dejar de creer en todas las demás, así como el navegante tiene que creer en la brújula y dejar de mirar a su alrededor y de guiarse por los objetos que allí ve” (La sonata a Kreutzer).

En definitiva, el cristiano debe estar capacitado para leer de todo pero a mi parecer siempre teniendo en cuenta tres puntos:

•  Hacerlo todo el tiempo a la luz de la Palabra de Dios.

  Para un cristiano, las Escrituras son lo que rige su vida de fe y creencias. Su moralidad. Es el filtro por el que debe pasar todo lo que incorporamos y consumimos. Entonces no se trata de leer solo la Biblia, sino de otorgarle una superioridad sobre otros textos y autores tanto cristianos como no cristianos. Que la Palabra juzgue cualquier pensamiento u obra que leamos.

  
  

• Custodiando nuestro corazón para que no se contamine con argumentos capciosos.

  Cuando encontramos autores admirables y talentosos, existe el riesgo de bajo la fascinación, darle poder para que influya nuestra mentalidad y manera de ver la vida. Esto pasa con cualquier relación en la que haya admiración, pero no debemos aquí ser ingenuos y entregarnos a cosmovisiones confusas. Velar en nuestro intelecto y no dejar que lo contaminado eche raíces en nuestro corazón.
  
  

• Acudir a alguien más experimentado cuando haya dudas.

  Los que leemos autores no cristianos somos muchos. Esta inquietud e interés reúne a un vasto grupo de creyentes. Muchos más experimentados y con varias dudas resueltas. Por eso no hay que temer a las preguntas o aparentes confusiones, sino recibirlas para crear un espacio de conversación con pastores, maestros e intelectuales que comparten la fe.

Ahora bien recomiendo, si en alguno de estos tres puntos estamos débiles, entonces no debemos profundizar en la literatura universal, porque de ese modo podríamos ser “llevados por cualquier viento de doctrina”. Más bien, con bases firmes (tal como el ejemplo de Daniel) sumerjámonos en ese infinito mar literario sabiendo que, como decía Tolstoi, debemos creer solo en la brújula y en el destino al que ella apunta.