Silencio: la oración contemplativa.
19 ago 2024
Vivimos en una era de ruido constante. Ruido sonoro, ruido visual. Información de todo tipo a nuestro alcance incesantemente.
Esto produce mucha ansiedad y dependencia. Los momentos de silencio necesitan ser tapados con algo, quizás porque sentimos que nos estamos perdiendo de algo, pero mayormente porque tratamos de escapar de algo peor. El ruido interno. Pensamientos de todo tipo pasando a toda velocidad uno atrás de otro, sentimientos, emociones, confusiones, temores.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Hay una práctica antigua, una forma de oración que necesitamos practicar y dar a conocer más, especialmente en el tiempo que nos tocó vivir.
Contemplación.
La contemplación a la hora de la práctica, no es más que hacer silencio. Quizás cerrar los ojos, podemos sentarnos en algún lugar cómodo, o arrodillarnos y hacer silencio.
Cuando meditamos estamos pensando en algo. Puede ser una porción de la biblia, alguna ilustración o una palabra específica, pero cuando contemplamos no pensamos en nada específico. Eso no significa que luchemos contra los pensamientos que vienen a la mente, y mucho menos tratar de vaciar la mente y ponerla en blanco. No rechazamos los pensamientos pero tampoco los abrazamos. Solo dejamos que pasen mientras inclinamos nuestro corazón a Dios.
No es momento para decirle nada específico, ni para pedirle una respuesta por algo. Estamos quietos en su presencia sabiendo que Él es Dios, y eso basta. Ni siquiera nos amoldamos a ninguna idea que tengamos de Él ni a ninguna de sus cualidades. Contemplamos el misterio. En ese momento solo sabemos que El És.
No te preocupes si al principio se hace difícil, si te atacan todo tipo de pensamientos, o si aún dudas de que lo que estás haciendo puedas considerarlo orar. Si te ayuda podés empezar acompañando tu respiración con alguna palabra, preferentemente “Jesús”, “Jesucristo” o “Yeshua”.
A medida que uno empieza a reconocer la presencia de Dios, el apetito por el ruido, la información y el bombardeo de imágenes comienza a menguar, y así la práctica constante comenzará a desintoxicar nuestra mente y corazón. El ruido interno primero puede gritarnos, pero poco a poco se irá atenuando, y ahí en medio del silencio mismo, el susurro de Dios, su abrazo suave, el latido de su corazón, su palabra hecha carne alumbrará nuestros corazones.
Lo único que necesitamos es a Dios, y Él ya se dio por completo a nosotros una vez y para siempre en la persona de Jesús, Emanuel, Dios con nosotros. Su Espíritu habita dentro nuestro y en Él vivimos, nos movemos y somos. Si nos cuesta estar satisfechos en Él quizás solo necesitamos hacer un poco más de silencio.
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