Un Futuro que hace presente

23 dic 2024

En fechas en que el mundo se preocupa por gastos, evaluaciones anuales y proyecciones, vemos el poder del pasado agravando lo que logramos estipular y anhelar para el futuro.

En fechas en que el mundo se preocupa por gastos, evaluaciones anuales y proyecciones, vemos el poder del pasado agravando lo que logramos estipular y anhelar para el futuro.

A veces logran resaltar situaciones que parecen irreversibles, con pocas o inciertas soluciones, o que paulatinamente se han ido agotando las posibilidades de mejorar. El pasado reciente o lejano, adquiere todo el peso de las consecuencias.

Quizá la palabra “fatalidad” nos parezca terrible, pero nuestra torpeza o aquellos factores que simplemente ignoramos, nos dejan en una posición de impotencia, confusión o derrota.

En la historia de Adán y Eva hay una terrible nota de fatalidad, y al momento de verse fuera del jardín y hogar más hermoso que la humanidad haya conocido, se resume gran parte de la condición humana respecto al tiempo y sus circunstancias: se mira a un pasado idílico del que se carece y al que ya no se puede uno ir a refugiar, y se ve un desesperanzador y trabajoso presente, árido, difícil y repleto de obstáculos. 

Pero el Padre celestial marcó sus tiempos con una promesa, justo antes de tener que salir del Edén. La primera promesa mesiánica comunicada a la humanidad (Génesis 3:15), establece un expectativa que tensiona el tiempo. ¿Cuándo ocurrirá que llegue Aquél que redimirá la obra torcida del hombre? No lo sabían. La expectativa estaba puesta en medio de ellos, y también una batalla fue declarada, una que tenía que ver con las generaciones.

El anuncio fue siendo repetido una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad, sobre todo a y por los que escuchaban la voz del Dios verdadero. Esa promesa generó que por medio de la fe, ese presente árido y difícil fuera ahora siendo jaloneado, arado y cuidado por quienes rendían su vida y confiaban en Aquél que prometía. Porque Aquél que prometía se revelaba como el aval soberano del acaecer y cumplimiento de Su promesa, jurada por sí mismo. 

Así, el YO SOY/YO SERÉ, que interrumpió la pastoril rutina de décadas de un Moisés, en su poderoso misterio, iba revelando sus bondades, para quienes le creían y comenzaban a decidir en confianza, a modo de reinar en el presente desde Su futuro, en contra incluso de las condiciones interpuestas por reinos que pretendía y pretenden oponerse a Sus designios. Su favor está para quienes Le creen.

Y respecto a los errores, pecados y desaciertos de la humanidad, en su finitud y altos grados de ignorancia, el que se arrepiente y vuelve al sitio donde se deleita la humanidad en la presencia de Su Creador, este perdona y olvida, para desanudar el pasado sin Él e inaugurar el futuro con Él, como único Dios capaz de cumplir Sus promesas, ejecuta sus maravillas, sanidades y expande Su amor, haciéndonos partícipes de sus planes, en el hoy anclado a Su futuro.

Entonces, cada proyección en el tiempo se aligera, cuando dejamos nuestras cargas en el Redentor, y dejamos que Su instrucción y actuar nos alivien de los ciclos fracasados en los que nos vimos embaucados. Su luz, amor y espíritu nos impulsan a hacer del presente el nido donde crecen Sus promesas desde un futuro desde el que Él llama desbaratando lo que en el Pasado y en el presente humanos, se confabula para actualizar trampas. Y Él nos salva, siendo el Señor del Futuro.

Sólo Sus promesas y confiarnos a ellas, redimen lo que podamos evaluar del tiempo que ha transcurrido y cómo miramos nuestro presente.

“Sólo quien tiene futuro y decide sobre este futuro
está en posesión del poder”.

W. Pannenberg, 1971.

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