La hoja en blanco es un espacio vacío que simboliza el desafío de crear y a la vez todo el potencial que esto representa. Podemos verla como una invitación, pero también puede resultarnos muy intimidante. Es la dualidad del comienzo: una oportunidad y una confrontación.

Sentir temor no es algo que les pase solo a los principiantes, aún si tenés ya tu público y metiste algún hitazo, la hoja en blanco puede incluso ser más atemorizante, por la presión de estar a la altura de tus anteriores obras o más pendiente de la mirada ajena de lo que estabas antes. Tememos la falta de ideas o encontrarnos con limitaciones para ejecutarlas.

Algunos consejos para desbloquear:

1 – Fabricarse límites: se trata de acortar un poco lo ilimitado de las posibilidades. Esto nos “tranquiliza” al bajar el número de decisiones creativas que debemos tomar, y a la vez permite que nos soltemos. Por ejemplo: elegir una paleta acotada a 3 o 4 colores antes de arrancar a pintar o, escribir a partir de una consigna. Funciona como problema creativo: dados estos recursos y limitaciones ¿Qué puedo hacer con esto?

Es importante ser flexible: tal vez entré a un texto con un disparador, pero al soltar la mano, la creatividad me llevó a otro lado nada que ver. Los límites nos ayudan como una excusa, como un marco, pero no son una estructura inquebrantable.

2 – Permitirse cosas “feas”: estamos muy condicionados a crear libremente cuando buscamos hacer cosas “perfectas” de entrada. No hay lugar para experimentación, la presión es enorme. Por ejemplo, en los talleres de journaling que organizo, mientras algunas personas están en su flow disfrutando el momento, encuentro otras que directamente no pueden arrancar por miedo a “arruinar” la hoja. Una de las principales trabas que veo es que de antemano se preocupan por el momento de mostrar lo que hacen, antes de hacerlo. Estamos en una cultura de exposición. Una buena idea es que te permitas hacer cosas borrador, feas, de baja calidad, etcétera, (todo entre comillas) y ¡sólo para vos! saber que es parte del proceso y, además, que no existe obligación de mostrar toooodo lo que hacés.

3 – Hacer con otros: Cuando estamos bloqueados puede ser una gran idea para destrabar. Por ejemplo, los encuentros “Shut up & writte” (Cállate y escribe) reúnen a escritores en bares, donde cada uno se mete en su proyecto por lo que dure el encuentro. Con una amiga tenemos una versión on line: nos conectamos, saludamos, pasamos alguna datita breve y con una música de fondo nos ponemos cada una a lo suyo.

4- Menos ruido por favor: Tenemos tanta información, y la mirada tan puesta afuera, todo eso parece gritar en nuestra cabeza a la hora de empezar a crear. A veces necesitamos resetear un poco, caminar, tomarnos unos días, dormir más. ¡Inclusive algo de silencio! bajar los estímulos externos para poder reconectar con nuestra propia creatividad y proyectos. Por ejemplo: un ayuno de redes (o de series, o de lecturas) por unos días pueden devolvernos un silencio mental muy beneficioso.

Cuando me cuesta empezar también doy gracias a Dios por la posibilidad y libertad de crear. Se que puedo conectarme con el Creador y estar en sintonía con El, que no solo hizo cosas muy funcionales, sino bellas porque sí, incluyó variedad y diseño por todos lados. ¿Lo habías pensado así?

En el libro Do the work, hablando de las resistencias que sentimos al comienzo de un proyecto, el autor dice: “Cuanto más importante sea esa acción para tu crecimiento mayores las resistencias de ir en pos de ello” Me vuela la cabeza, que superado ese temor a la hoja en blanco haya tanto disfrute y bendición para uno mismo y para compartir con otros, tanto potencial. Tal vez sea cuestión de hackearnos un poquito, y arrancar, aún con miedo, aún con incomodidad.